La dignidad del Cordero reside tanto en su Persona como en su obra.
El Cordero es digno porque es una Persona divina. Él es el Hijo de Dios (Ap. 2:18) y, por lo tanto, es Dios. Su deidad queda subrayada por los títulos que se le dan en el Apocalipsis. Él es el “Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último” (Ap. 22:13; 1:17). Jesús es el que vive “por los siglos de los siglos” (Ap. 1:18), “el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso” (Ap. 1:8). Esto le atribuye al Cordero la misma naturaleza que a Jehová: “Yo soy el que soy” (Éx. 3:14; véase Jn. 8:58). Esto se confirma en la utilización del título “el primero y el último”, el cual siempre se le atribuyó a Jehová en el Antiguo Testamento. Por ejemplo, en Isaías 41:4: “Yo Jehová, el primero, y yo mismo con los postreros”; o en Isaías 44:6: “Yo soy el primero, y yo soy el postrero, y fuera de mí no hay Dios” (véase también Is. 48:12). Por lo tanto, el Cordero posee esta naturaleza divina y recibe la alabanza, tanto de los ángeles como de los creyentes, como alguien que merece la adoración que solo le pertenece a Dios (véase Ap. 22:8-9).
La dignidad del Cordero también se ve en el valor de su obra, tal como se menciona en Apocalipsis 5:9. Él es digno porque ha sido inmolado y nos ha redimido. Su obra de redención lo convierte en alguien digno de adoración. Sin embargo, su obra redentora está íntimamente ligada a su Persona y carácter, ya que su obra redentora depende de lo que él es. El Cordero fue capaz de redimir solamente por lo que él era, a saber, el divino Hijo de Dios que se hizo Hombre para cumplir esa obra.