Al igual que otros siervos que Dios escogió para hablar en su nombre, Jeremías se sentía totalmente incapaz de realizar esta tarea. Jehová le dijo a Jeremías que lo había escogido como profeta incluso desde antes de su nacimiento, y no solo para Israel, sino también para las naciones. Podemos entender la inquietud de Jeremías ante magna responsabilidad.
Podemos recordar también a Moisés. Cuando Dios lo llamó a realizar la pesada tarea de liberar a su pueblo Israel de la esclavitud en Egipto, Moisés objetó fuertemente en cuatro ocasiones, usando como argumento su fragilidad. Pero cuando alguien reconoce su fragilidad y debilidad, entonces Dios decide utilizarlo para su obra. Al sentir su impotencia, puede comprender de mejor manera cuán esencial es depender solamente de Dios.
Dios le dijo a Jeremías: “Contigo estoy para librarte”. Si Jeremías hubiera sabido que Dios lo había escogido desde antes de su nacimiento, seguramente habría concluido que Dios sabía bien lo que estaba haciendo. Dios conocía de antemano cada detalle de la vida de Jeremías, cada palabra que diría, y todas las circunstancias por las que pasaría al dar testimonio a las naciones. Si Dios conocía todo esto, entonces Jeremías podía confiar en la promesa de que Dios estaría con él. Dios le proporcionaría a su siervo obediente toda la ayuda necesaria para sostenerlo y fortalecerlo.
Jeremías ha sido llamado el profeta llorón, y su libro de Lamentaciones confirma este apelativo. Pero Dios ha almacenado sus lágrimas en su redoma y en su libro (Sal. 56:8), y ahí estarán por la eternidad. Jeremías nunca se arrepentirá del camino y del testimonio al que Dios lo llamó.