Se lo debemos todo a nuestro Señor, y es justo que lo tengamos en cuenta a él y a sus deseos. ¿Qué es lo que desea? Por encima de todas las cosas, él desea nuestra compañía. Pongamos atención al cuadro que nos presentan los versículos de hoy: el varón de Dios solía pasar por la casa de esta mujer piadosa. Así es como actúa nuestro Señor. Él busca un lugar en nuestros corazones y vidas. ¿Cómo lo hace? A través del Espíritu Santo, el cual ha enviado para que habite en nosotros, y para que tome de lo de Cristo y nos lo haga saber (Jn 16:14). Así, el Señor viene a nosotros continuamente, queriendo que le demos un lugar en nuestro corazón.
El varón de Dios no forzó la hospitalidad de este matrimonio, pero cuando ella lo invitó a comer “insistentemente”, él entró y cenó con ellos. Alguien ha dicho: «Poseemos tanta compañía del Señor como deseamos». Si le insistimos, él no nos negará su compañía, pues es lo que anhela su corazón, y se goza cuando se despierta en nuestros corazones un profundo deseo por su presencia.
Sin duda, estas visitas de Eliseo a la casa de la sunamita fueron momentos maravillosos para ella, hasta el punto que decidió recibirlo como uno más de su casa, como un invitado permanente. ¿Y qué hay de nosotros? ¿Acaso no hemos experimentado también temporadas de gozo cuando hemos recibido al Señor en nuestros corazones? En el dolor, lo hemos buscado y él nos ha bendecido con su consuelo; en momentos de prueba, él nos ha animado, y ha transformado nuestras lágrimas en cánticos de alabanza.
Esta mujer le dijo a su marido: “Te ruego que hagamos un pequeño aposento”. ¡Oh, que todos seamos como ella con respecto a Cristo! Así como ella preparó una habitación para Eliseo, así debemos preparar una habitación para el Señor Jesús. Esta habitación es una figura de nuestro corazón. Quizás no sea muy grande, pero puede ser la habitación de invitados en la cual se aloje el Rey de gloria.