El Urim y Tumim estaban ubicados en el pectoral, en medio de los nombres de los hijos de Israel. Estas palabras significan “las luces y las perfecciones”. ¿Qué eran específicamente? Nadie lo sabe con certeza. Se mencionan siete veces en la Palabra; en dos ocasiones se menciona solo el Urim, y en uno (Dt. 33:8) se invierte el orden: “Tu Tumim y tu Urim”. Probablemente se trataba de piedras preciosas que, por medio de sus diversos centelleos, daban la respuesta de Jehová a las preguntas planteadas por el sacerdote. Es por eso que Eleazar debía pedir consejo, de parte de Josué, “por el juicio del Urim delante de Jehová”; Saúl, en su desesperación, invocó a Dios a través del Urim (Nm. 27:21; 1 S. 28:6). Se le llamó “el pectoral del juicio” debido a que poseía estos instrumentos por medio de los cuales se comunicaban las decisiones divinas.
Dios se deleita en darse a conocer, así como en manifestar su voluntad, a quienes desean este bendito conocimiento. El Urim y el Tumin en el pectoral del sumo sacerdote eran la garantía de que Israel nunca tendría falta de claridad en cualquier asunto.
¿Y cómo es con el cristiano en esta presente dispensación? ¿Tenemos menores privilegios? El Espíritu Santo mora en nosotros, tenemos la Palabra de Dios en nuestras manos, y poseemos un Cristo glorificado que él mismo causa interés en nosotros, entonces ¡podemos poseer total claridad en nuestras mentes con respecto al detalle más ínfimo de nuestra travesía! Sin embargo, con dolor lo decimos, no es poco frecuente encontrarnos con hijos de Dios que se tambalean de un lado a otro, día tras día, cometiendo una multitud de errores, para el dolor de sus propias almas y la deshonra del Nombre glorioso que se invoca sobre ellos. Mientras se tambalean sin rumbo alguno, ellos se preguntan cómo hacen otros para conocer la mente del Señor. Cuando el ojo es sencillo, y el corazón recto ante el Señor, el camino se vuelve tan claro como el sol del mediodía.