Podemos decir que este versículo es la nota más alta del Cantar de los Cantares. Expresa que el alma está ocupada con Cristo y la gran estima que tiene por él. Indica que él se vuelve hacia mí y halla su contentamiento en mí, y al darme cuenta de ello, me olvido completamente de mí mismo. Cuando la gracia ha hecho su obra perfecta, la belleza del pueblo de Dios se ha perfeccionado, y el Señor halla su contentamiento en aquella belleza.
Un alma bajo la Ley nunca podrá experimentar plenamente la confianza, la paz y la alegría; siempre estará llena de dudas y temores. La Ley es buena, pero no podemos cumplirla. Cuando somos conscientes de nuestros fracasos, nos preguntamos: ¿Qué sucederá conmigo en el día del juicio? El alma bajo la Ley no cree que “tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Jn. 5:24), aunque está claramente escrito en la Palabra de Dios.
Solo la gracia puede conducir al alma a un estado de bendición y felicidad; la Ley no puede hacerlo, porque solo sabe condenar a los que la infringen. Si no guardo la Ley, entonces siento miedo y tormento, pero “el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo” (1 Jn. 4:18). Este perfecto amor se expresa en la gracia perfecta, la cual establece al alma en el perfecto amor de nuestro Señor Jesús, a través de la obra perfecta que él realizó por nosotros.
La esposa (figura del cristiano) expresó primeramente el gozo de su corazón por haber hallado a Cristo. Ella dice: “Mi amado es mío, y yo suya” (Cnt. 2:16), pero en el versículo de hoy la vemos alcanzar la cúspide de la experiencia del alma cuando se da cuenta que el corazón de su Amado se contenta en ella. El alma no puede elevarse más que esto. No solo me ama, sino que se contenta en mí. No hay nada más elevado que esto, ¡qué maravillosa verdad!