En esta época de hambre, Eliseo volvió a Gilgal, y los hijos de los profetas esperaban recibir alivio de parte del varón de Dios. La fe los llevó a confiar en que la gracia de Dios se manifestaría a través de Eliseo. Dios se complace en responder a la fe, por muy débil que sea, y jamás decepcionará a aquellos que esperan en él.
Eliseo le ordenó a su criado que usara una gran olla para cocinar un potaje para los hijos de los profetas. Dada la escasez que había en la tierra, parecía que una olla pequeña era suficiente, pero con Dios no hay falta de provisión. La fe requiere una gran olla. Podemos esperar grandes cosas de un gran Dios.
Eliseo simplemente se limitó a pedirle a su criado que cocinara el potaje, pero alguien más salió al campo y regresó con su falda llena de “calabazas silvestres” (v. 39). Pensó que podría añadir algo a la provisión que Eliseo trajo del cielo, pero su celo carnal introdujo muerte en la olla. Cuando el potaje se sirvió, todos se dieron cuenta que había un problema y acudieron nuevamente al varón de Dios en busca de ayuda. Eliseo tenía un antídoto para el veneno: traer un poco de harina y echarla en la olla. Esta harina nos habla de Cristo. Las cosas que el hombre trata de añadir a la provisión de Dios quedan expuestas y son corregidas por la presentación de Cristo.
Así es cómo el apóstol respondió a la tentativa de introducir “calabazas silvestres” que amenazaban a los creyentes de Colosas. “Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo” (Col. 2:8). Para responder a esas funestas influencias que destruyen la verdadera vida del cristianismo, Pablo les presentó a Cristo. Todo lo que necesitamos lo tenemos en Cristo.