El Señor está cerca: Martes 7 Mayo
Martes
7
Mayo
Levantaos, salid, y pasad el arroyo de Arnón; he aquí he entregado en tu mano a Sehón rey de Hesbón, amorreo, y a su tierra; comienza a tomar posesión de ella, y entra en guerra con él.
Deuteronomio 2:24
La soberanía y la providencia de Dios

El gran principio que se desprende de esas variadas instrucciones impartidas a Israel es que la Palabra de Dios es la que debe dirigirlo todo para su pueblo. Israel no debía entrar en averiguaciones acerca del porqué debían dejar intactas las posesiones de Esaú y de Lot y, en cambio, apoderarse de las de Sehón. Debían limitarse a hacer simplemente lo que se les mandaba. Dios puede hacer lo que le place. Su mirada abarca la escena universal. Lo ve todo. Los hombres pueden creer que él se ha olvidado de la tierra, pero no la ha olvidado, bendito sea su nombre. Él es “Señor del cielo y de la tierra”; y ha prefijado “el orden de los tiempos, y los límites de su habitación” (Hch. 17:24, 26).

Dios es el soberano Gobernador del mundo. No da cuenta de ninguna de sus decisiones. Humilla a unos y eleva a otros: reinos, dinastías, gobiernos, todos están entre sus manos. Obra según su propia voluntad en el ordenamiento y arreglo de los asuntos humanos. Pero, al mismo tiempo, hace al hombre responsable de sus actos en las diversas posiciones en las que su providencia lo ha colocado. El gobernante y el gobernado, el rey, el gobernador, el magistrado, el juez, todas las clases y rangos de hombres han de dar cuenta a Dios tarde o temprano.

Reyes, gobernadores y magistrados habrán de dar cuenta del modo en que hayan utilizado el poder del que fueron hechos depositarios y de las riquezas que pasaron por sus manos. El noble y el acaudalado que han gastado su fortuna y su tiempo en locuras, vanidades, liviandades y satisfacciones de la carne, deberán responder de todo ello ante el trono del Hijo del hombre, cuyos ojos son como llama de fuego para ver el interior del hombre, y sus pies semejantes al bronce bruñido para aplastar sin misericordia todo lo que es contrario a Dios.

C. H. Mackintosh