¡Gracias! Esta pequeña palabra «mágica» es una de las primeras que aprendemos. ¡Cuántas veces se pronuncia en un día! ¡Y en una vida! Traduce el agradecimiento. Cuando es espontánea y no es una simple fórmula de cortesía, se la acompaña con una sonrisa; anima y hace bien. Pensamos en agradecer a nuestros semejantes por cualquier favor que nos han hecho, pero, ¿pensamos en agradecer a Dios?
¿Por qué agradecerle? Por la magnífica creación que admiramos y de la cual vivimos, por la vida que Dios nos ha dado y sostiene día tras día. “Al Dios vivo, que hizo el cielo y la tierra, el mar… haciendo bien, dándonos lluvias del cielo y tiempos fructíferos, llenando de sustento y de alegría nuestros corazones” (Hechos 14:15-17). Más aún, por el magnífico don de su Hijo Jesucristo, quien ofrece la salvación eterna a todo el que cree. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” (Romanos 8:32). ¡Cuántos motivos de agradecimiento para con él! Pero Dios aún le hace una pregunta directa: “¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento?” (Romanos 2:4).
“Estad siempre gozosos. Orad sin cesar. Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús” (1 Tesalonicences 5:16-18).
Números 12 – 1 Juan 2:1-17 – Salmo 78:9-20 – Proverbios 18:11-12