En la Abadía de Westminster, en Londres, la mirada del visitante se dirige a una hermosa estatua del gran compositor Händel. El maestro está de pie ante su órgano y tiene en su mano una partitura con estas sencillas palabras del patriarca Job, pronunciadas miles de años antes: “Yo sé que mi Redentor vive” (Job 19:25). Se dice que antes de morir, el famoso músico pidió que le leyeran el Salmo 91: “Diré yo al Señor: Esperanza mía, y castillo mío; mi Dios, en quien confiaré… No temerás el terror nocturno, ni saeta que vuele de día” (Salmo 91:2, 5). Respecto a todo el que lo honra con tal confianza, Dios declara: “Por cuanto en mí ha puesto su amor, yo también lo libraré; le pondré en alto, por cuanto ha conocido mi nombre” (v. 14).
Händel también pidió que le leyeran el relato de la resurrección (1 Corintios 15), y varias veces interrumpió al lector para decirle: «Deténgase un momento, vuelva a leer ese versículo».
Sus últimas palabras fueron: «Señor Jesús, recibe mi espíritu. Concédeme morir y resucitar contigo».
Ese final apacible no es una excepción: todos los que han puesto su vida en las manos de Jesús pueden experimentarlo. Él declaró: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6).
“Si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él. Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos… no precederemos a los que durmieron. Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero” (1 Tesalonicenses 4:14-16).
Números 5 – 1 Timoteo 5 – Salmo 74:1-11 – Proverbios 17:27-28