El gran predicador inglés C. H. Spurgeon conoció periodos de depresión asociados a graves problemas de salud. Este siervo de Dios que podía anunciar el Evangelio e interpelar a sus auditores con tanto poder, dijo de sí mismo: «Yo estaba tan enfermo que mi espíritu se hundía en mí y tuve que clamar a Dios desde el fondo del abismo». Estos accesos de depresión obstaculizaron su ministerio, pero Spurgeon estimó que Dios lo formaba para comprender y ayudar a las personas que sufrían los mismos trastornos. Él dijo: «Más de un centenar de veces pude animar a mis hermanos y hermanas en la fe que se hallaban en la misma condición, únicamente porque yo mismo había pasado por ese profundo desaliento».
Sentirse comprendido por otros que han conocido el mismo sufrimiento (duelo, enfermedad u otras pruebas) es un gran consuelo. Las palabras que ellos pronuncian son más precisas y convincentes, su ayuda es más apropiada. El cristiano que ha recibido un consuelo especial de parte del Señor Jesucristo en una circunstancia precisa, sabrá dar ese aliento a aquel que hoy conoce el mismo sufrimiento: hablar, callar o llorar con el que llora.
La habitación de un enfermo, la casa del duelo, será como visitada por el Dios de toda consolación, a través de uno de sus hijos a quien él consoló en el pasado. Será como gotas de rocío derramadas sobre una tierra seca.
Levítico 17 – Romanos 13 – Salmo 68:21-27 – Proverbios 16:29-30