Uno de mis hijos se portó mal y tuve que reprenderlo. Cuando todo terminó, su hermano pequeño, que había presenciado la escena, se acercó a mí con una sonrisa de satisfacción y me dijo: «¡Menos mal que yo soy bueno!». ¡Su franqueza me sorprendió!
Dicho comentario me hizo reflexionar, porque representa los sentimientos que todos tenemos. Cuando escuchamos malas palabras o vemos malos comportamientos, a menudo pensamos: «¡Cómo puede alguien hacer eso! ¡Yo nunca lo haría!». Nos indignamos, juzgamos y nos felicitamos secretamente por nuestro buen comportamiento, olvidando que tenemos las mismas malas tendencias que los demás.
La parábola de Lucas 18 lo ilustra. El fariseo (líder religioso) oró consigo mismo, comparándose con el publicano, el recaudador de impuestos a quien despreciaba. Su oración, expresada en palabras de un adulto, es similar a la declaración de mi hijo pequeño: «¡Menos mal que soy bueno!». Pero ante Dios no podemos compararnos con los demás. Cada uno rendirá cuentas a él por sí mismo (Romanos 14:12). Y nuestra vida será apreciada según la santidad de Dios. A Su luz, todos somos pecadores y estamos perdidos. Pero la gracia de Dios perdona al que se reconoce pecador y acepta la salvación ofrecida por Jesucristo, quien murió en la cruz para quitar sus pecados. Esta fue la actitud del publicano que imploró humildemente la gracia de Dios y pudo volver a su casa justificado.
Levítico 21 – Romanos 16 – Salmo 69:19-28 – Proverbios 17:3-4