Esta pregunta se plantea frecuentemente en los debates o en los programas con temas literarios. Para ilustrar la influencia de un libro en la mente del lector, alguien dijo: «Una historia puede hacerte vegetariano o hacer que lo dejes todo por un país lejano». Un político dijo: «Soy el producto de los libros que he leído».

¿Ha leído la Biblia? Mucho más que cualquier otro libro, esta gran obra tiene el poder de cambiar nuestra forma de ver las cosas, pues es Dios quien nos habla. Él nos dice: “Miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra” (Isaías 66:2). No podemos leerla como a cualquier otro libro. Lo que Dios ha preparado para los que le aman, nos lo ha revelado por su Espíritu (1 Corintios 2:9-10). Necesitamos su ayuda para entenderlo. Su Palabra, recibida con un corazón dispuesto a escuchar, libera nuestras almas y nos transforma profundamente.

Y aún más, tiene el poder para darnos una nueva naturaleza. El apóstol Pedro dice que somos renacidos “por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (1 Pedro 1:23). Por medio de esta regeneración, el creyente llega a ser participante “de la naturaleza divina” (2 Pedro 1:4). Sus intereses cambian, sus motivaciones son diferentes y se dirigen a aquel que es el tema central de toda la Biblia, Jesucristo, el Hijo de Dios, el “autor de eterna salvación para todos los que le obedecen” (Hebreos 5:9).