Entendemos la sabiduría de estas palabras cuando las aplicamos al comercio y agradecemos las leyes que muchos gobiernos han promulgado para garantizar la honestidad en los productos que compramos. Sin embargo, hay mucho más implicado en estos versículos que solo el comercio y los negocios.
Esto también es de gran importancia en nuestras familias. ¿Somos honestos en nuestras palabras y acciones hacia los demás? ¿Somos consistentes en nuestros hogares y en otros lugares, o tenemos una doble moral? ¿Nos comportamos de una manera entre los hermanos y de otra manera en casa? Nuestros hijos están observando, escuchando y aprendiendo mientras hablamos de otros alrededor de la mesa. También ven cómo nos tratamos como esposo y esposa. ¿Somos más pacientes, amables y menos exigentes con los demás que con nuestra propia familia? Y con relación a nuestros hijos, ¿somos justos en nuestro trato con cada uno de ellos? Cada niño es diferente y especial, y la forma en que los tratamos individualmente variará según su carácter y edad. Sin embargo, ¿tenemos favoritos? ¿Tratamos a uno de manera más dura que al otro? La historia de Isaac y Rebeca con Jacob y Esaú ilustra las consecuencias cuando hay un desequilibrio en el hogar.
¿Y en la iglesia local? ¿Aplicamos el mismo peso y medida allí? ¿Pasamos por alto los errores de ciertos hermanos o hermanas porque nos agradan más que otros? Ciertamente, tenemos diferentes niveles de cercanía con cada persona, pero ¿cómo afecta eso nuestra actitud y nuestras acciones? ¿Somos generosos y sinceros en todas nuestras exhortaciones, y en nuestra apreciación hacia aquellos que forman parte de nuestras familias, en la familia de Dios y en otras relaciones que el Señor nos ha dado?