Este pasaje a menudo es malinterpretado como una exhortación a trabajar para obtener la salvación. Sin embargo, aquellos que piensan así no comprenden la gracia de Dios ni la excelencia suprema de la obra de Cristo (Ef. 2:8-9). Estas palabras fueron escritas para personas que ya eran salvas, que poseían en su interior la nueva vida, la naturaleza y el poder, los cuales debían ejercitarse para mantenerse en el camino que complace a Dios, obedeciendo su voluntad. ¿Y quién puede obedecer la Palabra de Dios sino aquellos que son sus hijos por gracia?
Recuerdo cuando visité una mina de oro y vi cómo se extraía el mineral de las profundidades de la tierra. Después, observé las barras de oro ya listas para ser enviadas a la casa de la moneda. El oro ya estaba en la mina, pero debía ser extraído para ser útil en el mundo y para el beneficio de sus propietarios. De manera similar, nosotros, como creyentes, debemos ejercitarnos, ser diligentes y trabajar para que lo que Dios ha depositado en nuestro interior se manifieste para su gloria y bendición de los hombres.
Pero hay un punto sumamente importante en este pasaje que no debemos pasar por alto: “Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad.” (v. 13). De manera natural, no tenemos ningún poder en nosotros mismos, y muchos cristianos se encuentran desanimados porque se han olvidado de esta verdad. Es Dios quien obra en nosotros tanto el deseo como la capacidad de obedecer. Así como una poderosa red eléctrica suministra la energía necesaria en continuo a una fábrica para llevar a cabo su producción, Dios, por medio del poder del Espíritu Santo, obra en nosotros su voluntad y camino, para que así podamos seguir al Señor plenamente y complacer a Aquel que nos ha redimido a un precio tan alto. Necesitamos ocuparnos en nuestra propia salvación, no solo para ser testigos de Dios, sino también para ser testigos ante los demás (v. 15).