Pablo animó a Timoteo, diciéndole: “No te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor”. En aquel tiempo, Timoteo enfrentaba dificultades, ya que los cristianos eran perseguidos y encarcelados. Muchos eran martirizados, y Pablo mismo estaba en prisión, dispuesto a morir por su fe. Timoteo, un joven conocedor de las Escrituras, sentía profundamente el debilitamiento general del testimonio para el Señor y necesitaba ser animado a usar el don que Dios le había dado.
Timoteo sabía que Pablo no se avergonzaba de defender a Cristo, porque Pablo sabía en quién había creído. Se había encontrado personalmente con él en el camino a Damasco. En ese momento, Pablo preguntó: “¿Quién eres, Señor?”, y la respuesta fue clara: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues” (Hch. 9:5). Nosotros, que conocemos al Señor Jesús como nuestro Salvador, también podemos responder con certeza que él es aquel que nos ama, que nos ha lavado de nuestros pecados con su preciosa sangre y nos ha salvado del juicio eterno. Ahora, en Cristo Jesús, estamos seguros y protegidos por su obra redentora. Él pagó la deuda que teníamos y nos ha llamado para ser un pueblo apartado para él, según su propósito y gracia.
Por lo tanto, aquí hay una pregunta relevante para nosotros: ¿Somos conscientes de las necesidades dentro del pueblo del Señor? ¿Necesitamos ser animados para ser vigilantes y afirmar las cosas que están por extinguirse? Es evidente que existe una gran falta de enseñanza clara y cuidado pastoral entre los creyentes. Sin embargo, siempre hay oportunidades para animar y fortalecer a nuestros hermanos en Cristo. El Señor escucha y ve el sufrimiento de su pueblo y la dispersión de sus ovejas. Hoy, él espera una respuesta sincera de nuestros corazones ante estas circunstancias.