Nos convertimos en cristianos al creer en el Señor Jesús de manera individual. Pero una vez que somos salvos, descubrimos que formamos parte de algo mucho más grande que nosotros mismos: la Iglesia o Asamblea. En su Carta a los Efesios, Pablo presenta esta maravillosa realidad de la manera más elevada.
Nuestra “unidad” como creyentes es un tema importante en Efesios. Aprendemos en el capítulo 2 que judíos y gentiles han sido hechos uno en el Señor Jesús. Es realmente notable: la mayor división natural en la humanidad, establecida por Dios, ha sido eliminada en la cruz. El juicio que tanto judíos y gentiles merecíamos como pecadores, el Señor Jesús lo llevó sobre sí mismo en la cruz, “aboliendo en su carne… la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas” (v. 15). Al abolir esta Ley, que hacía separación entre judíos y gentiles, él ha establecido, en su vida de resurrección, un orden completamente nuevo y diferente. Esto ha traído paz ambos grupos y los ha reconciliado con Dios en un solo Cuerpo: la Iglesia. Esto hace que tal obra sea de suma importancia y el resultado sea maravilloso. Más adelante en el mismo capítulo, leemos acerca de la Iglesia como un edificio, el cual es “morada de Dios en el Espíritu” (v. 22). Es la Casa de Dios donde se mantiene su orden y se escucha su alabanza. Pero debemos señalar: el Señor Jesús mismo es la piedra angular de su fundamento.
En el capítulo 5, encontramos a la Iglesia en su aspecto nupcial como la Esposa a la que el Señor Jesús ama tanto que se dio a sí mismo por ella, y que se la presentará a sí mismo gloriosa (v. 27). ¡Cuán bendecidos somos los cristianos! ¡Cuán precioso es que podamos atribuirlo todo a nuestro Señor y Salvador Jesucristo.