Jacob tenía un lugar especial en los planes de Dios, pero no se dio cuenta de ello durante la primera parte de su vida. Pasó mucho tiempo engañando, haciendo planes y tratando de solucionar las cosas por su propia cuenta. Jacob tuvo el desafortunado privilegio de ser el primero en una larga línea de embaucadores. Pensó que, con su propio ingenio, podía lograr que las cosas se tornaran a su favor.
Debido a sus maquinaciones, Jacob tuvo que dejar a su madre antes de tiempo y no la volvió a ver. Por el mismo motivo, cayó bajo la influencia de un tío (más astuto que él), que le cambió el salario en 10 ocasiones y lo engañó más de lo que él había engañado a otros. Por tanto, debido a sus maquinaciones, Jacob tuvo una vida muy dura.
Sin embargo, al final de su vida, Jacob no era la misma persona. En su vejez, aprendió a dejar de lado sus propios planes y empezó a dejar a Dios obrar. Dios le dio un nuevo nombre: Israel, que significa “príncipe de Dios” (Gn. 32:28). A partir de entonces, Dios comenzó a moldear a Jacob para que viviera en conformidad con este nuevo nombre. ¡Qué gran día fue para Jacob cuando empezó a vivir como un “príncipe de Dios” y no como un engañador!
Dios sigue cambiando los nombres, las vidas y los caracteres de las personas. Siendo pecadores por naturaleza, nos transforma en santos a través de la sencilla fe en Cristo. Nos hace pasar de las tinieblas a su luz admirable (1 P. 2:9). Nos enseña a dejar de actuar según nuestra propia voluntad y a someternos a la suya.
Jacob aprendió esto en su vejez. Los jóvenes harían bien en aprender de sus errores. Procuremos aprender lo antes posible que la voluntad de Dios es buena, aceptable y perfecta (Ro. 12:2). Que la oración del salmista sea también la suya: “De mañana sácianos de tu misericordia, y cantaremos y nos alegraremos todos nuestros días.” (Sal. 90:14); “Muéstrame, oh Jehová, tus caminos; enséñame tus sendas. Encamíname en tu verdad, y enséñame, porque tú eres el Dios de mi salvación; en ti he esperado todo el día” (Sal. 25:4-5).