Dios nos enseña que Jesús soportó en la cruz el juicio y la muerte que nosotros merecíamos. ¡Qué bendición poder saber esto! Por lo tanto, no tenemos ante nosotros un día de juicio (como algunos enseñan) en el que se decidirá quién se salvará y quien no. Las Escrituras no nos enseñan a esperar eso, sino a esperar a Cristo: “Aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan”.
En el momento en que los creyentes se encuentren con Cristo, no habrá ninguna duda ni inseguridad en relación con el pecado y sus consecuencias (es decir, la muerte y el juicio). Cristo pondrá su poder redentor en nuestros cuerpos, y así seremos liberados plenamente de todas las consecuencias del pecado. Nuestros cuerpos serán transformados y serán hechos semejantes al cuerpo de su gloria, de modo que tendremos plena capacidad para disfrutar incesante e incansablemente de su bendita Persona. ¡Esperanza bienaventurada! ¡Preciosa porción! Liberados de la muerte y el juicio, y con la bendita esperanza de estar para siempre con el Señor, y ser para siempre como él.
Por lo tanto, los creyentes somos instruidos a mirar hacia atrás a la cruz, y ver allí a Cristo quitando nuestros pecados, y librándonos de la muerte y del juicio. Somos exhortados también a mirar hacia el trono y ver a Jesús actualmente en la presencia de Dios, intercediendo por nosotros como el gran Sumo Sacerdote (v. 24). Además, somos alentados a esperar su venida, cuando seamos llevados a disfrutar eternamente de su presencia (v. 28). En un momento, en un abrir y cerrar de ojos, él transformará estos cuerpos terrenales, y nuestros corazones agradecidos estallarán inmediatamente en un himno de eterna alabanza. Si el mundo apilase todas sus riquezas, o reuniese todos sus placeres, o concentrase todos sus honores, y se los presentase a un hijo de Dios, su respuesta sería: «Solo Jesús me puede satisfacer».