Juan se refiere a sí mismo como el discípulo “al cual Jesús amaba” en cinco ocasiones en el Evangelio que le había sido confiado. ¿Acaso estaba presumiendo exageradamente? Para nada, pues Juan simplemente se maravillaba del amor y la gracia del Señor Jesús hacia él, y no infería con esto que él era el más amado de los discípulos. Su ejemplo nos enseña cuán importante es que nos enfoquemos en el amor de Dios hacia nosotros más que en nuestro amor hacia él. Como dijo una vez un hermano anciano: «No trate de amar al Señor Jesús más de lo que ya lo ama, solo disfrute de su amor por usted».
La primera vez que leemos esta expresión es cuando vemos a Juan “reclinado en el pecho de Jesús”. Esta escena tuvo lugar en el aposento alto, durante la noche en que el Señor Jesús iba a ser entregado. Cristo acababa de informar a sus discípulos que uno de ellos lo iba a traicionar. Esto causó gran consternación entre los discípulos. Pedro entonces le hizo señas a Juan para que le preguntara al Señor de quién hablaba (v. 24). Hay una razón para que Pedro pidiera a Juan que le preguntara: Juan estaba cerca del Señor, cerca de su corazón. Cuando los creyentes caminan habitualmente siendo conscientes del amor de Cristo, están lo suficientemente cerca para recibir comunicaciones del Señor. Pero nótese que Juan no se puso cerca de Jesús para recibir comunicaciones divinas, sino que las recibió porque el hábito de su corazón era estar cerca de Jesús, habitar en la realidad del amor personal de Cristo por él.
Cabe señalar que el término “pecho” en el versículo 23 y 25 (NBLA) en realidad son dos términos muy diferentes en el idioma original. Juan estaba cerca del pecho del Señor. Sin embargo, recostarse en su pecho indica algo más que cercanía corporal, implica comunión. El Hijo está “en el seno del Padre” y el discípulo está cerca del seno del Hijo. Es un lugar de cercanía que da paso a la comunión, y es un lugar al cual todos tenemos acceso.