Por la maravillosa gracia de Dios, los creyentes hemos lavado nuestras ropas y las hemos emblanquecido en la sangre del Cordero (Ap. 7). Hemos sido salvados por medio de la fe, y esto no de nosotros, sino que es don de Dios -por medio de su favor inmerecido (Ef. 2). Hemos sido salvados no por obras de justicia que hubiésemos hecho, sino por su misericordia (Tit. 3).
Sin embargo, también debemos tener en cuenta que el Libro que nos declara que las buenas obras no otorgan la salvación, proclama con la misma firmeza que estas deben acompañar invariablemente a la nueva vida. Si bien las obras no procuran la salvación, estas siempre deben venir como consecuencia de ella. Los que han sido hechos aceptos en el Amado, deben en lo sucesivo esforzarse por ser aceptables al Amado (Ef. 1:6; 2 Co. 5:9). Los tales se propondrán constantemente tener una conciencia libre de ofensas hacia Dios y los hombres y, con humildad de corazón, buscarán día a día desplegar esas hermosas gracias que son una evidencia real de la fe, así como las flores evidencian la llegada de la primavera.
Hay cuatro grandes pasajes en el Nuevo Testamento que exponen el carácter cristiano en toda su fuerza y carácter: Mateo 5:3-12, con sus nueve bienaventuranzas; 1 Corintios 13, con sus 16 cualidades inigualables; Gálatas 5:22-23, con su racimo del fruto celestial; y 2 Pedro 1:5-8, con su vívida descripción de la madurez cristiana en su plenitud.
En conjunto, estas cuatro porciones de la Biblia exponen una completa y magnífica enseñanza de la vida cristiana; y hacemos bien si, de vez en cuando, nos examinamos a la luz de ellas. Como ayuda en este aspecto, además de nuestra lectura diaria de la Palabra, recomiendo apartar un tiempo durante cada día del Señor para meditar en ellas prolongadamente.