Para el Predicador, la vida parece ser un cambio constante entre bodas y funerales, entre tiempos de alegría y tiempos de tristeza. Y la verdad es que ambos aspectos forman parte de la vida humana. Hay momentos en los que uno de estos aspectos es más preponderante; otros cuando ambos se intercalan casi incesantemente. Incluso el Señor Jesús experimentó ambos aspectos en la tierra. Asistió a una fiesta de bodas (Jn. 2) y derramó lágrimas en un funeral (Jn. 11).
Por su parte, el apóstol Pablo habló de ambas cosas. En la Epístola a los Filipenses, escribió constantemente acerca del gozo: “Por lo demás, hermanos, gozaos en el Señor” (Fil. 3:1; véase 1:4, 18, 25; 2:2, 17, 28-29; 4:1, 4, 10). Sin embargo, en la misma Epístola, también escribió acerca de sus lágrimas: “Porque por ahí andan muchos, de los cuales os dije muchas veces, y aun ahora lo digo llorando, que son enemigos de la cruz de Cristo” (Fil. 3:18). Como creyentes, sentiremos profundamente la alegría y la tristeza en nuestras propias vidas, así como también en las vidas de otros creyentes, pero no de la misma forma que los incrédulos que no tienen esperanza. Qué bendición sería si pudiéramos ser como Pablo: “Colaboramos para vuestro gozo” (2 Co. 1:24). De hecho, somos exhortados a gozarnos “con los que se gozan” y a llorar “con los que lloran” (Ro. 12:15).
¿Qué será más fácil? ¿Alegrarse o llorar con nuestros hermanos? Quizás no es prudente que respondamos rápidamente a esta pregunta. Cuando nuestros amigos cristianos están afligidos y lloran, ¿no sentimos naturalmente simpatía por ellos, llegando a llorar con ellos? Pero ¿cómo respondemos cuando otros creyentes se gozan porque el Señor les ha dado una bendición o un favor que a mí no me ha dado hasta ahora? Cuán bueno es poder alegrarnos con los demás, sin sentir envidias ni celos.