La palmera y los racimos de uvas pueden considerarse emblemas de victoria y madurez, de vigor y fertilidad. Por naturaleza, los tallos de palmera son delgados, pero gráciles, erguidos y altos, simbolizando apropiadamente la rectitud. Cuando una palmera está doblada o comprimida durante un tiempo, pronto se enderezará y recuperará su posición original, no crecerá torcida. Jeremías escribió acerca de esto: “Derechos están como palmera” (Jer. 10:5).
Las ramas de la palmera también ilustran la victoria. Fueron utilizadas por Israel para celebrar su liberación de Egipto. Jehová les había dicho: “Tomaréis el primer día… ramas de palmeras… y os regocijaréis delante de Jehová vuestro Dios por siete días” (Lv. 23:40). Cuando Jesús entró en Jerusalén como Mesías, fue recibido por la multitud, quienes “tomaron ramas de palmera y salieron a recibirle”, clamando: “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel!” (Jn. 12:13). Más adelante, según la visión del cielo que tuvo Juan, una gran multitud, «de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas… vestidos de ropas blancas, y con “palmas en las manos”, adorarán a Dios y al Cordero» (Ap. 7:9).
Que los pechos sean como racimos de uva representan que la bella esposa del rey ha alcanzado madurez moral. Representa al pueblo de Israel restaurado en el Milenio, cuando haya triunfado sobre todos sus enemigos. Pero esta figura de la esposa también puede aplicarse a la Iglesia, cuando el Señor se la presente “gloriosa… [sin] mancha ni arruga ni cosa semejante… santa y sin mancha” (Ef. 5:27). ¡Bendita verdad! ¡La gracia ha triunfado! La Esposa, la Iglesia, será perfecta a los ojos de Cristo: el deleite de su corazón, el reflejo de sí mismo.
“Seremos semejantes a él” (1 Jn. 3:2).
“Sea la gracia del Señor nuestro Dios sobre nosotros”
(Sal. 90:17 NBLA).