El Señor está cerca: Domingo 28 Abril
Domingo
28
Abril
Creció delante de él como renuevo tierno, como raíz de tierra seca.
Isaías 53:2 NBLA
Levantaré para ellos una planta de renombre.
Ezequiel 34:29
Una planta de renombre

Las plantas de renombre son famosas por su belleza. A nuestro Señor se le consideraba común y corriente, pero cuando uno considera detenidamente su bendita Persona, podemos percibir un perfume agradable y magnífico, puro y encantador.

Su reputación permaneció en secreto durante sus años de juventud, porque se contentaba con ser humilde y silencioso en el mundo que sus manos habían creado. La humildad nunca fue tan maravillosa como en la persona del Rey de reyes, el carpintero de Nazaret. Aquel cuya gloria había inundado los cielos, caminaba como un desconocido por los senderos de una aldea despreciada de Galilea. Aquel que se había sentado en el trono de Dios, ahora se sentaba en un asiento rústico en una casa humilde de aquella aldea. Aquel cuyas manos habían ordenado las estrellas en el firmamento, trabajaba muy duro, empuñando sierra y martillo, para proporcionar lo suficiente para una vida común y pobre en su pueblo. Aquel en quien Dios se complacía no era reconocido ni conocido por sus parientes en la carne.

Sin embargo, esos años vividos en la sombra son el “maná escondido” (Ap. 2:17) para quienes pueden apreciar la perfecta sumisión y humildad de Cristo, nuestro Señor Jesús de Nazaret. No hay nada más puro y admirable en esta tierra manchada por el pecado que el rocío de la mañana, la imagen de su humanidad sin mancha, sobre la que se dice que descendió el maná (Nm. 11:9), “el pan del cielo”, la imagen de lo que él mismo es, “el pan de vida” (Jn. 6:31-35). El mundo mismo no podría contener los libros que Dios podría escribir acerca de la belleza sin par de aquella única planta de renombre que creció ante Dios en el suelo de esta tierra.

Esta humildad es una de las glorias morales de Cristo. Él es totalmente admirable a los ojos ungidos de su pueblo, y deleita el corazón de Dios, al punto que los cielos se abrieron para declarar: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”.

L. Sheldrake