Ayer vimos cómo un joven bengalí terminó entrando a una reunión cristiana en busca de respuestas a sus preguntas. Continuemos con su relato: «Pensé: este hombre está contando mi historia. Por eso, cuando terminó la reunión, me apresuré a preguntarle:
–¿Cómo sabes mi historia?
Mi interlocutor quedó un poco desconcertado, y de repente exclamó:
–Ahora entiendo por qué Dios no me dejó dar el mensaje que había preparado. Era como una voz que me decía: No des este mensaje; habla de la vida de José. Tres veces vino a mi mente este pensamiento, y finalmente obedecí. Ahora entiendo que fue por ti. Dios te ha traído aquí para que le conozcas.
Durante dos horas hablamos de las preguntas que me asaltaban. Mientras escuchaba, me di cuenta de que Jesús era la respuesta a mis preguntas. Vino a nuestro mundo para salvarnos de las necedades, de lo absurdo, del rechazo de los demás y, sobre todo, para salvarnos de nuestros propios pecados. Esa misma noche incliné la cabeza, oré y acepté a Jesús como mi Salvador. Luego fui expulsado de la casa familiar, pero el Señor es fiel. ¡No me abandonó! Le pedí insistentemente que me diera la oportunidad de compartir el Evangelio con mis padres y hermanos. Y, uno a uno, todos vinieron a Cristo».
Números 4 – 1 Timoteo 4 – Salmo 73:21-28 – Proverbios 17:25-26