El Cantar de los Cantares, libro del Antiguo Testamento, nos ofrece una magnífica descripción de Aquel a quien presenta como el “amado”. Este evoca la persona del Señor Jesús en su belleza moral y perfección absoluta.
Es descrito como “señalado entre diez mil”, es decir, uno que sobresale entre la multitud por su bandera, una especie de estandarte que muestra dónde está y a qué ejército está vinculado. En una tropa, la bandera es el emblema del rey, y quien tiene el honor de llevarla sobresale entre los ejércitos por esta señal visible de la autoridad suprema.
El Señor Jesús vivió en la tierra como el perfecto «abanderado» de Dios: cada una de sus acciones, de sus palabras, de sus pasos eran para la gloria de Dios, hablaban de él y mostraban los vínculos de comunión y dependencia que tenía con su Padre. En medio de una multitud de hombres y mujeres incrédulos y hostiles a su mensaje y a su amor, Jesús era Dios “manifestado en carne” (1 Timoteo 3:16). Cuando Juan el Bautista lo vio ir hacia él, dijo: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29).
Y para nosotros hoy, esta bandera habla de una victoria ganada al precio de la sangre de nuestro Salvador, quien tanto nos amó. Estamos llamados a llevar su bandera, a mostrar que le pertenecemos, que él es nuestro Jefe, y que le amamos porque él nos amó primero: “Su bandera sobre mí fue amor”.
“No cesamos de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual, para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo” (Colosenses 1:9-10).
Levítico 19 – Romanos 15:1-13 – Salmo 69:1-8 – Proverbios 16:33