Durante una comida entre amigos, charlamos sobre nuestra relación con Dios. Los que eran creyentes dieron testimonio de su felicidad al conocer a Cristo. Pero uno de los invitados, que aún no lo había aceptado como su Salvador, nos dijo: «Todo eso es muy bonito, y quisiera creer, pero hay algo que me molesta… ¡Es demasiado hermoso, demasiado simple!».
Es posible que usted ya haya escuchado este argumento. Nuestra sociedad nos ha acostumbrado a desconfiar de lo que parece demasiado fácil, demasiado atractivo. A menudo un hermoso paquete contiene un producto que no es tan bueno para la salud, ni tan ecológico como pretende serlo. En términos de consumo, esta desconfianza es bastante acertada, sobre todo cuando sabemos que esta forma de engañar al comprador se ha convertido en un concepto de marketing, el «greenwashing», es decir, lavado verde o ecológico.
Pero Dios no trata de vendernos nada, y nunca engaña a nadie. Él es nuestro Creador, nos ama y quiere acercarse a nosotros, no para su propio beneficio, sino para salvarnos y hacernos felices. “Dios no es hombre, para que mienta” (Números 23:19). “Sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso” (Romanos 3:4).
Todos los creyentes pueden dar testimonio de que Dios nunca los ha traicionado, nunca los ha decepcionado: “Si fuéremos infieles, él permanece fiel; él no puede negarse a sí mismo” (2 Timoteo 2:13).
Sí, podemos creer lo que Dios nos dice, podemos acudir a él sin reservas; lo que promete no es demasiado bueno para ser verdad. ¡Podemos confiar plenamente en él!
Levítico 14:33-57 – Romanos 11:1-24 – Salmo 68:1-6 – Proverbios 16:23-24