Hasta hace unos años, en la Unión Soviética pocos creyentes poseían una Biblia. Un grupo de cristianos llevaba mucho tiempo orando por esta situación. Cierto día llegó al pueblo un visitante del occidente y regaló una Biblia al pastor. El domingo siguiente, aquellos creyentes se alegraron mucho y agradecieron a Dios cuando vieron la Biblia. ¡Por fin podían escuchar la lectura de la Palabra de Dios! Sin embargo, al salir de la reunión hubo una nueva sorpresa: el pastor distribuyó a cada uno una página de la tan deseada Biblia. ¡Quería compartir su tesoro para que todos pudieran leer personalmente!
Días después, el pastor se encontró con un creyente, quien feliz y sonriendo le dijo:
–Estoy muy contento con la página del profeta Jeremías que usted me regaló.
–¿Le pareció consolador?, preguntó el pastor. Jeremías no tuvo una vida fácil, pues fue detenido, golpeado, arrojado en una cisterna, y probablemente asesinado en el exilio.
–Precisamente esta misma página me hizo bien, porque empieza así: “Vino palabra del Señor a Jeremías la segunda vez, estando él aún preso en el patio de la cárcel, diciendo…” (Jeremías 33:1). Si Dios, en tiempos tan oscuros, habló a su profeta en medio de la prueba, también puede hablarme a mí… ¡Este pensamiento me hizo mucho bien!
Levítico 14:1-32 – Romanos 10 – Salmo 67 – Proverbios 16:21-22