Los dos discípulos que iban a Emaús estaban tristes porque habían perdido al Maestro a quien amaban, y también porque estaban decepcionados: esperaban que Jesús estableciera el reino de Dios en la tierra… pero Jesús había muerto crucificado. Podemos comprenderlos. Cuando perdemos a un ser querido, o cuando nuestras esperanzas son decepcionadas, la tristeza nos invade.
Mas Jesús ya no estaba en la tumba, había resucitado. Sin darse a conocer, se acercó a ellos y los escuchó. “Estáis tristes”, les dijo. Jesús ve si estamos tristes o felices, airados o apacibles, colmados o decepcionados. Y él viene a “caminar con nosotros”, a hablar a nuestro corazón, a hacernos tomar consciencia de las razones de nuestra tristeza.
A veces tenemos la impresión de que él no ha respondido a nuestra expectativa, y nuestra fe se debilita. ¿Cómo volver a confiar y a hallar ese gozo que Jesús promete? Hablándole de lo que nos entristece y escuchándolo, como lo hicieron los dos discípulos. ¿Cuál fue el resultado? El Señor hizo “arder” su corazón, les enseñó a conocerlo mejor, y finalmente abrió sus ojos. Su tristeza desapareció y su gozo fue tal que, olvidando su cansancio, volvieron a Jerusalén esa misma noche, para compartir su alegría con los otros discípulos.
Génesis 28 – Mateo 16:1-12 – Salmo 17:1-5 – Proverbios 5:1-6