“El cristianismo es una relación personal, no una religión”. Esta afirmación quizá lo deje perplejo, o le parezca exagerada.
Muchas personas consideran el cristianismo como una religión, es decir, como un “conjunto de creencias concernientes a Dios y al mundo que nos rodea”. Entonces, ¿por qué podemos afirmar lo contrario?
Porque a menudo una religión se traduce por un conjunto de reglas a seguir, hacer buenas obras para ser aceptados por Dios.
Ahora bien, la fe cristiana es todo lo opuesto: ella se apoya en la certeza de que Dios hizo todo lo necesario para salvar a los hombres. Ella cree que Dios mismo se acercó al hombre para hacerse conocer: él dio a “su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). La enseñanza de la Biblia es, pues, opuesta a esta noción de religión, en la cual cada uno trata de asegurar su salvación mediante sus propios esfuerzos. Para ser salvo no se trata de hacer, sino de creer.
Por supuesto, esta vida espiritual se manifiesta seguidamente en la actividad del creyente. Él lee la Biblia, ora al Señor, ama a su prójimo, ayuda a las personas necesitadas… Tiene un modelo a seguir: Jesucristo. En este sentido, el creyente tiene una “religión”, que debe ser “pura y sin mácula delante de Dios”. Pero esta actividad no es el origen de una relación feliz con Dios, sino la consecuencia, el resultado.
Génesis 24:33-67 – Mateo 13:44-14:12 – Salmo 14 – Proverbios 4:7-9