Cecilia es una joven estudiante; no fue criada en la fe cristiana. Invitada por sus compañeros a escuchar el Evangelio, fue cautivada por el relato de la muerte de Jesús, quien, en la cruz, oró por sus enemigos: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). Ella reconoció: “Orar por sus enemigos, eso yo no lo hubiera hecho”. La buena imagen que tenía de sí misma comenzó a desvanecerse…
Pronto se convenció de haber pecado. Entonces creyó que Jesús había muerto para quitar sus pecados, y que había resucitado. Recibió la paz con Dios y toda su vida cambió.
Sus padres no tuvieron que quejarse por este cambio, todo lo contrario. Sin embargo, su padre le dijo un día:
– Lo que encuentro aburrido en ti, es que tengas tantas certezas. Los que tienen certezas llegan a actos inaceptables. Es necesario cuestionar siempre las cosas y no afirmar nada positivamente.
– Sin embargo, le respondió ella, desde que escuché la verdad de que Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, que fue crucificado y que oró por ellos, aprendí dos cosas que no sabía:
La primera es que yo he pecado.
La segunda es que él me salvó.
La primera es cierta, no puedes dudarlo.
La segunda también lo es: es mi tesoro y mi vida. La Biblia, la Palabra de Dios, es verdad, Jesús también vino por ti.
“Ahora, así dice el Señor, Creador tuyo, oh Jacob, y Formador tuyo, oh Israel: No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú” (Isaías 43:1).
Génesis 6 – Mateo 5:21-48 – Salmo 4:4-8 – Proverbios 2:1-5