Parecerse a Jesús debería ser el objetivo supremo de los cristianos, pues este es el deseo de Dios para ellos. Él los ha:
Jesús mismo es “la luz del mundo” (Juan 8:12). Él saca de la oscuridad y de la duda a todo el que cree en él. Le enseña a producir “el fruto de la luz”, que “consiste en toda bondad y justicia y verdad” (Efesios 5:9, V.M.).
Estamos invitados a compartir los pensamientos de nuestro Señor, su amor por Dios nuestro Padre, por los creyentes, que forman su Iglesia, y por todos los hombres. Esta comunión exige que permanezcamos apartados del mal: “Como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir” (1 Pedro 1:15). Este llamamiento también muestra que Dios quiere librarnos de toda servidumbre, a fin de que seamos libres para Cristo, para adorarlo y servir con amor y dedicación a aquellos que le pertenecen.
Tenemos la vida eterna, no solo para nuestra vida en la tierra, sino para vivir eternamente en el cielo con Jesús. Nuestra vida de comunión con Dios y con nuestro Señor alcanzará su plenitud cuando estemos con Cristo en el cielo. “Seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1 Juan 3:2).
Éxodo 17 – Hechos 13:1-25 – Salmo 30:1-5 – Proverbios 10:31-32