Las gigantescas pirámides de Egipto testifican de forma notable los conocimientos, las técnicas y la arquitectura de la época de su construcción. Sin lugar a dudas muestran aún más la creencia de este pueblo en una vida después de la muerte. ¿No existe esta creencia en todas las civilizaciones y en todas las culturas, antiguas o modernas, y hasta entre los ateos? Cuando el revolucionario norvietnamita Hô Chi Minh murió (1890-1969), su testamento fue leído delante de personalidades destacadas de diferentes partidos comunistas: “Iré a reencontrarme con los camaradas Marx, Lenin, y Engels”. ¿Cómo explicar esta creencia universal? ¿No forma parte de la conciencia natural que Dios nos ha dado?
Para el hombre, la muerte es un muro por sobre el cual no puede mirar. Pero el Señor Jesús efectuó una brecha en ese muro, murió en la cruz, fue puesto en una tumba y resucitó de entre los muertos al tercer día. Cristo que triunfó sobre la muerte nos dio, a través de ella, la prueba de que nuestra existencia no termina con la muerte. Somos criaturas destinadas a la eternidad, pero solo la fe en Cristo nos une a él y nos garantiza un gozo eterno. Él nos dice: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá”.
“¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? … Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Corintios 15:55, 57).
Éxodo 13 – Hechos 10:1-24 – Salmo 28:1-5 – Proverbios 10:24-25