David era el rey ungido, pero se encontraba vagando por el desierto de Judea. Pronto tomaría el trono que le correspondía legítimamente. Esto nos recuerda a Jesucristo, el Hijo de David. Él también fue rechazado por su propio pueblo, pero llegará el día en que se sentará en su trono, el trono de David (Lc. 1:32; Ap. 3:21). Actualmente vivimos en la época de su rechazo, y durante este tiempo Jesús está llamando a pecadores de entre la humanidad para que sean “un pueblo para su nombre” (véase Hch. 15:14).
David estaba persiguiendo a los amalecitas después de que destruyeran la ciudad de Siclag. Sus hombres encontraron a un joven egipcio que estaba enfermo y desamparado en el campo, y lo llevaron ante David. Fue el mejor día de la vida de este joven. Su amo amalecita lo había abandonado, pero los hombres de David le dieron pan y agua, y recuperó sus fuerzas (vv. 11-12). El “campo” en la Biblia simboliza el presente mundo malo (véase Mt. 13:38). La historia del joven egipcio es una imagen conmovedora de la humanidad en su condición pecaminosa, “sin esperanza y sin Dios en el mundo” (Ef. 2:12). ¡Pero ahora, gracias a Jesús, pueden probar el pan de vida y el agua de vida!
Leemos que lo “trajeron a David”. Esto fue lo más maravilloso que le pudo pasar a este joven necesitado. Muchos siglos después, vemos un evento similar cuando Andrés le dijo a su hermano Simón: “Hemos encontrado al Mesías” y “le trajo a Jesús” (Jn. 1:41-42). Esta ha sido la emocionante historia de muchas personas a lo largo de los siglos: antes estábamos perdidos, pero ahora hemos sido encontrados; antes éramos ciegos, pero ahora podemos ver gracias al Señor Jesús.