Una cena de bodas no puede limitarse al esposo y a la esposa; necesariamente incluye a los invitados. No solo la Iglesia entrará en el lugar especial de bendición para el que ha sido escogida, sino que también habrá los que son benditos como estando “invitados a la cena de las bodas del Cordero”. En esta gran fiesta de bodas, los invitados representan ciertamente a la gran hueste de santos del Antiguo Testamento que, aunque no forman parte de la Iglesia llamada de entre judíos y gentiles durante el período cristiano, entre pentecostés y el arrebatamiento, tendrán sin embargo parte en la resurrección de los santos, y tendrán su puesto especial de bendición en el día de gloria.
Ahí estará toda la larga línea de santos antes de la cruz; ahí estarán Abel y el gran ejército de mártires; ahí estarán Enoc, que anduvo con Dios, y las “miríadas” de santos de Dios de los que él profetizó; ahí estarán Abraham y los “extranjeros y peregrinos” que dieron la espalda a este mundo para buscar una patria celestial; ahí estarán Moisés y todos aquellos que escogieron más bien sufrir aflicción con el pueblo de Dios que gozar de los deleites temporales del pecado. En una palabra, ahí estarán toda la gran hueste de santos desde el huerto del Edén hasta la cruz de Cristo, que han caminado por la senda de la fe, y tendrán su parte y bendición en la cena de las bodas del Cordero.
Estos maravillosos desvelamientos de la gloria venidera terminan con la certidumbre de que “estas son palabras verdaderas de Dios”. Podemos, así, estar totalmente persuadidos de su veracidad y abrazarlas por la fe. La profecía nos desvela el juicio venidero de las naciones y la futura bendición del pueblo de Dios, pero todo esto es con vistas a la gloria y honra del Señor Jesús. Al leer la profecía es bueno tener no simplemente eventos del porvenir, sino Jesucristo mismo ante nuestros ojos.