Al principio de la Epístola a los Gálatas, el apóstol Pablo establece que el Evangelio que predicaba no era “según hombre”, sino “por revelación de Jesucristo” (Gá. 1:11-12), quien “se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente siglo malo” (Gá. 1:4). Hemos sido llamados por este Evangelio. Se trata de un Evangelio que nos separa y aparta de los principios y prácticas de este mundo.
La muerte por crucifixión, que era un método de pena capital utilizado por los romanos, era algo extremadamente doloroso y cruel. No se utilizaba en ciudadanos romanos, sino solo en quienes eran considerados como criminales indignos. Los gobernantes de este mundo crucificaron al Señor de gloria. Pilato inscribió en la cruz: “Jesús Nazareno, Rey de los judíos” (Jn. 19:19), mientras que Herodes y sus hombres de guerra lo trataron con el máximo desprecio y crueldad. Está escrito: “Maldito todo el que es colgado en un madero” (Gá. 3:13). Nuestro Señor Jesús se sometió voluntariamente a este trato.
Isaac Watts (1674-1748) se apropió de los sentimientos del Calvario cuando escribió estas palabras:
Nada puede compararse con la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Ha expuesto las profundidades de su amor, y ha manifestado el verdadero carácter de este mundo en su odio hacia Cristo y sus seguidores. Pablo se identificó con él como crucificado con Cristo. El mundo no encontró nada atractivo en Cristo, ni en Pablo, y Pablo no encontró ningún atractivo en este mundo. ¿Qué hay de nosotros?