En su Evangelio, Marcos relata cómo las enseñanzas y milagros del Señor Jesús dejaban a la gente asombrada, incluyendo a sus discípulos, quienes debían aprender de él y seguirlo con determinación. En el pasaje de hoy, Marcos menciona que el Señor tuvo este asombro en Getsemaní, cuando en oración se anticipó a los sufrimientos que le sobrevendrían en la cruz. (En el idioma original, la palabra “entristecerse” es la misma utilizada en Marcos 9:15 y que se traduce allí como asombro).
Debemos decir que las tres horas de tinieblas son algo que no podemos comprender con nuestras mentes finitas. ¡Lo que habrá significado para nuestro Señor anticipar en su espíritu lo que le esperaba al día siguiente! Jesús era sin pecado; no hizo pecado; y no conoció pecado (véase 1 Jn. 3:5; 1 P. 2:22; 1 Co. 5:21), pero allí, en el huerto de Getsemaní, vio ante sí las espantosas tres horas en las que sería desamparado por Dios. Marcos utiliza la misma raíz de palabra para describir el asombro que en sus otros relatos, pero añade un prefijo que le da aún más fuerza (“mucho” NBLA). El Señor oró tres 3 en el huerto, pidiendo si era posible evitar “esta copa” (v. 36) y “aquella hora” (v. 35). Estaba “muy triste” (v. 34) y afligido (NBLA). Sus sufrimientos fueron tan intensos que Dios envió un ángel del cielo para fortalecerlo (Lc. 22:43).
¡Pensemos entonces, cuánto más profundos e intensos fueron los sufrimientos que soportó durante las tres horas de tinieblas! En ese momento, el Hijo del hombre, sin pecado y bendito sobre todas las cosas, fue hecho pecado (2 Co. 5:21) y desamparado por un Dios santo y justo.
Este es el motivo por el que, durante la eternidad, estaremos ocupados del Cordero de Dios y su obra, meditando, adorando y alabándolo. Consideraremos siempre a Aquel que sí mismo se entregó, y reflexionaremos acerca del Padre que entregó a su propio Hijo.