Cuando llegó el momento en que los israelitas debían obedecer el mandamiento: “Entrad y poseed la tierra que Jehová juró a vuestros padres… que les daría” (v. 8), Moisés tuvo que decirles: “No temáis… Jehová vuestro Dios, el cual va delante de vosotros, él peleará por vosotros, conforme a todas las cosas que hizo por vosotros en Egipto” (vv. 29-30). Pero las dificultades que les esperaban iban a sacar a la luz su incredulidad en las promesas de Dios. Como método de disciplina, ellos tuvieron que deambular por casi 40 años en el desierto, pues Dios dijo: “No verá hombre alguno de estos, de esta mala generación, la buena tierra…” (v. 35).
El Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo nos ha bendecido “con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo” (Ef. 1:3). Para nosotros, los cristianos, los lugares celestiales son lo que Canaán era para Israel: la tierra a la que debían entrar y que debían poseer. No hay ningún hijo de Dios que no desee disfrutar de las bendiciones espirituales, por más poco que las conozca. Sin embargo, muchos se sienten totalmente incapaces de entrar en la tierra y poseerla. Ven a los enemigos, intentan luchar, ganan o pierden en cierta medida, y finalmente, la incredulidad logra hallar un lugar en el que morar. La pregunta que surge es: “¿Dios realmente quiere darnos bendiciones espirituales?”.
Sin embargo, Dios es quien ha dado estas bendiciones, y él mismo ha ordenado entrar en la tierra y poseerlas. Entonces, ¿qué debemos hacer para poseerlas y no vagar espiritualmente toda la vida en el desierto? De todos nuestros recursos, hay uno que utilizamos muy poco: “Todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá” (Mr. 11:24). La antigua generación incrédula tuvo que morir (Dt. 2:16; 1 Co. 10:5). Solo una nueva generación, que le cree a Dios, puede entrar y poseer la tierra. Pidamos y creamos, esperando en el Señor, disfrutando en la práctica estas bendiciones espirituales que tenemos en Cristo, “y os vendrá”.