El Señor Jesús pronunció estas palabras para el gozo y el consuelo de quienes son sus discípulos. Atesorémoslas en nuestros corazones y experimentemos la bendición, la maravillosa bendición de ser depositarios de la mente del Señor. “¿Quién conoció la mente del Señor?… Mas nosotros tenemos la mente de Cristo” (1 Co. 2:16).
Si esta es nuestra condición, cuidémonos de malgastar nuestros afectos, no sea que deshagamos la confianza depositada en nosotros. Si pecamos en este mundo frío y cruel, si estimamos livianamente los elevados privilegios que se nos han dado, o si no buscamos nuestro placer continuo en él, el Señor no puede confiar en nosotros. Si nos deleitamos con lo que nos rodea (sin importar qué), nuestra mente se abrirá al mundo, y esto nos llevará a amar el mundo. Pero esto es absolutamente usurpar los derechos de Cristo. Su mente no está en el mundo, está en los suyos. Les revela cuál es su porción, y envía el Espíritu a sus corazones. Les hace saber que tienen una parte de la herencia como hijos e hijas, y les muestra el interés familiar que tienen en esa herencia, y les muestra las circunstancias que rodean a Su familia e insiste en que deben preocuparse individualmente en ella; les dice que son herederos de esta herencia, y que tienen una porción junto con él.
Si esta es nuestra posición -y lo es si creemos en el Señor Jesús- debemos ser celosos, y negarnos a admitir en nuestras almas cualquier cosa que pueda perturbar esta armonía, evitando así ser incapacitados para recibir estas bendiciones con felicidad, con el afecto natural de los hijos. Esto es lo que el mundo no conoce para nada, pero es el privilegio del creyente; y ni Satanás ni el mundo pueden quitárselo.