Los que reconocieron el mal cometido por los hijos de Israel al casarse con mujeres idólatras, instaron a Esdras a tomar medidas. Así que, lamentándose y ayunando, Esdras convocó al pueblo en Jerusalén. Ellos vinieron y se sentaron temblando bajo la lluvia torrencial. Esdras los instó a confesar su pecado al Señor y a separarse de los habitantes de la tierra y de sus esposas paganas. El pueblo estuvo de acuerdo en hacerlo, pero pidieron que se hiciera ordenadamente durante la temporada de lluvias de los meses siguientes.
A principios de la primavera, tres meses más tarde, se llevó a cabo esta triste tarea. Los sacerdotes culpables presentaron un carnero como ofrenda por la culpa. Los que ocupaban puestos de responsabilidad en los asuntos espirituales eran especialmente responsables de llevar una vida ejemplar de santidad. Sin embargo, hombres de todas las clases y familias se vieron envueltos en estas relaciones pecaminosas. Cada caso debía ser tratado de forma individual, y sus nombres quedaron registrados en la Palabra de Dios. Algunas de estas mujeres habían tenido hijos. ¡Qué tristes separaciones!
En Malaquías 2:16 se nos dice que Dios odia el divorcio. A causa de la dureza de nuestros corazones, la ley permitió el divorcio; pero el Señor Jesús dijo que lo que Dios ha unido, el hombre no debe separarlo (Mt. 19:3-9). Un cristiano no debe casarse con un incrédulo; sin embargo, a diferencia de lo que se prescribía bajo la ley, si un cristiano ya está bajo un yugo desigual matrimonial, no debe dejar a su cónyuge si este quiere vivir con él. Dios se interesa por las familias de los creyentes. En su gracia, él dice que estas familias cristianas son apartadas (santificadas), y que quiere salvarlas (1 Co. 7:10-16).