Los líderes de la nación judía se habían unido para dar muerte al Señor Jesús. “Pero decían: No durante la fiesta, para que no se haga alboroto en el pueblo”. Ahora bien, Dios permitió que sucediera lo que ellos querían evitar a toda costa, porque la Escritura tenía que cumplirse. En el mismo momento que Israel sacrificaba el cordero pascual, conforme a la Palabra de Dios, también se sacrificó el verdadero Cordero Pascual. Pablo lo describió de forma conmovedora en 1 Corintios 5:7: “Cristo, nuestra Pascua, ha sido sacrificado” (1 Co. 5:7).
Ahora bien, la forma en que esto sucedió es muy solemne, porque describe de forma aterradora lo que el corazón humano puede hacer cuando se le deja a sí mismo, y cuando está, por lo tanto, bajo el poder de Satanás. Jesús fue traicionado por alguien que había sido su compañero por años. No puedo concebir nada más triste para el Señor -y no existe una página más oscura que esta en la historia del hombre delante de Dios- que las circunstancias que se desarrollaron aquella noche. Se nos presentan tres hombres: Judas, Pedro y Jesús. Judas manifiesta la maldad de la carne, Pedro nos muestra la debilidad de la carne, mientras que Jesús se presenta ante nuestros ojos como el ejemplo perfecto de lo que debe ser el hombre en los momentos más profundos de dolor y prueba.
Cristo es aquí un maravilloso modelo para los suyos. Cuando se ejerció sobre él la mayor presión, entonces se manifestó perfectamente toda la dulzura y perfección de su santa naturaleza y la bondad de su corazón. Cuando el Señor atravesó aquel dolor inigualable, su absoluta perfección e inmutable gracia se manifestaron más brillantemente que nunca.