– Envejezco, Señor; concédeme permanecer modesto y no creer que mi experiencia me permite tener una opinión infalible en todo. Dame el ser sabio en mis apreciaciones de las situaciones y de las personas.
– ¡Que no llegue a ser un personaje triste, austero, inquieto, siempre evocando el pasado, sino un modelo de paciencia, dulzura y comprensión!
– Hazme respetar cada vez mejor tus enseñanzas. Dame el ánimo de difundirlas y, ante todo, de vivirlas en un mundo desorientado, sin puntos de referencia ni esperanza. Concédeme especialmente poder reflejar el ejemplo de amor verdadero y desinteresado que tú nos dejaste.
– Que la lectura de la Biblia llegue a ser, no el cumplimiento de un deber sin gozo, sino la fuente que puedo aprovechar gustoso para renovarme en ella cada día.
– Hazme más sensible a las necesidades de los que me rodean, mi familia, mis allegados, todos aquellos que atraviesan la soledad o el sufrimiento. Ayúdame a orar por ellos con perseverancia y fe.
– Hazme aguardar, no la muerte para ser liberado de mis problemas, sino el gozo de verte y estar contigo para siempre.
“Los días de nuestra edad son setenta años; y si en los más robustos son ochenta años, con todo, su fortaleza es molestia y trabajo, porque pronto pasan, y volamos… Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría” (Salmo 90:10, 12). “El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gálatas 5:22-23).
Jueces 21 – Apocalipsis 22 – Salmo 150 – Proverbios 31:25-31