Cada ser humano siente en diversos grados cierto temor ante la muerte, realidad solemne e ineludible (Hebreos 9:27). Muchos hablan de ella con ironía, como para atenuar su lado aterrador. Para otros es un tema tabú; les molesta el solo hecho de mencionarla. ¿Qué actitud debe tener el cristiano frente a la muerte?
Igual que los demás, el creyente tampoco conoce el momento en que partirá de esta tierra. Pero, para el más allá, posee una gran certeza dada por la Palabra de Dios: sabe que la muerte está vencida, porque Jesús resucitó. “Él (Cristo) también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo” (Hebreos 2:14). El creyente descansa en esta afirmación divina: “Nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio” (2 Timoteo 1:10). Mediante su sacrificio, Cristo solucionó definitivamente el problema de la muerte.
Por lo tanto, el cristiano puede considerar su propia muerte sin temor: sabe que estará con su Salvador. El juicio y la condenación que lo esperaban fueron llevados por Cristo (Romanos 8:1). La muerte, lejos de ser un destino aterrador, es el acceso al reposo con su Salvador, a un feliz futuro en la presencia del Dios de amor.
La muerte es la consecuencia del pecado. Reconocer que uno es un pecador que merece la muerte es el paso que conduce a aceptar por la fe la salvación que Jesús ofrece, y cuyo precio él mismo pagó. Es la única condición para conocer ese gozo inestimable.
Jueces 2 – Apocalipsis 2:18-3:6 – Salmo 139:13-18 – Proverbios 29:15-16