Dos discípulos de Jesús iban hacia Emaús (Lucas 24:13-49). Estaban muy tristes porque Jesús había muerto hacía dos días. Sin embargo, habían oído decir que él había resucitado, como lo había anunciado. Pero no podían creerlo. Habían visto sus milagros y oído sus palabras, pero no lo habían visto resucitado.
Se hallaban en la misma situación que muchos de nosotros: sabemos que Jesús resucitó porque testigos lo han dicho, porque la Biblia lo atestigua, pero no lo entendemos, y no lo creemos. Fue necesario que Jesús se acercara a los dos discípulos y les abriera los ojos y la inteligencia para que le reconocieran y comprendieran las Escrituras (v. 31, 45).
¿Cuál es, pues, la verdadera inteligencia: la de la mente o la del corazón? La verdadera comprensión necesita que la palabra recibida esté “acompañada de fe”, de lo contrario no sirve para nada (Hebreos 4:2). ¿Cómo recibimos el mensaje de Dios? “Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios” (Hebreos 11:3). No accedemos a las verdades divinas mediante nuestras capacidades intelectuales, sino con el corazón, con la sencillez de un niño: “Escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y las has revelado a los niños” (Lucas 10:21). Hay personas que quisieran entender antes de creer, pero así no procede Dios, porque “nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios” (1 Corintios 2:11).
Josué 21 – Santiago 1 – Salmo 136:10-22 – Proverbios 29:1-2