Muchas personas ancianas tienen la impresión de ser inútiles, cosa que les causa gran sufrimiento: “¡Me gustaría tanto ayudar en algo! ¡Pero ya no soy bueno para nada! Soy una carga para mis hijos. No sé por qué el Señor me deja todavía en la tierra…”, dicen algunos.
La vejez a menudo trae su parte de problemas, sus días malos, de los cuales habla la Biblia… Nuestras actividades se ven restringidas, debemos reconocer nuestros límites, cada vez más estrechos; se pierde la independencia; a menudo, a las dificultades físicas se añade una disminución de las facultades mentales como la memoria o la capacidad de reflexionar.
Un creyente del siglo 4, Agustín, escribió: “Para vivir la vejez con tranquilidad es necesario poseer el gozo que da la fe cristiana”. Muchos cristianos han experimentado esto. Es el resultado de una verdadera relación con Dios, la fuente viva de toda consolación. “Él da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas” (Isaías 40:29). Dirige nuestra mirada al que nos salvó, de manera que “aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día” (2 Corintios 4:16).
Nuestra vida está en las manos del Dios Creador y Salvador, el único que tiene el poder y la sabiduría para dejarnos en la tierra o llevarnos con él, ¡cualquiera que sea nuestra edad! Si él desea conservarnos aún con vida, nos asegura su fidelidad: “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Corintios 12:9).
Josué 22:21-34 – Santiago 3 – Salmo 137 – Proverbios 29:5-6