Salomón, ese rey famoso por su sabiduría y su inteligencia, también era extremadamente rico (2 Crónicas 9:22-23). Sin embargo, todas sus experiencias conducían a una conclusión que él escribió y que puede sorprendernos: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad” (Eclesiastés 1:2). Esta expresión caracteriza bien lo que hay en la tierra, en contraste con lo que es de Dios y del cielo. ¡Todo es insignificante!
Este soplo, este aliento que es nuestra vida, aparece por un poco de tiempo y luego desaparece (Santiago 4:14), cuando el Dios eterno lo decide, porque la duración de nuestra vida está en sus manos (Salmo 31:15). Antes de nuestra vejez -ese tiempo en que a menudo experimentamos la soledad, dificultades físicas, la disminución de ciertas facultades o la capacidad de decidir, de reflexionar-, Dios quiere llamar nuestra atención sobre lo que es eterno, para que dejemos menos lugar a las cosas efímeras. Él pone ante nosotros, mediante un salmo de Moisés, una clase de resumen de la vida humana: “Los días de nuestra edad son setenta años; y si en los más robustos son ochenta años, con todo, su fortaleza es molestia y trabajo, porque pronto pasan, y volamos” (Salmo 90:10).
Después de esta constatación, Moisés pide a Dios: “Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría” (Salmo 90:12). Cada uno de nosotros contemos los días que él nos ha dado hasta aquí. Cualquiera que sea su número, no sabemos cuántos nos quedan. Hoy es el día favorable para creer su Palabra y vivir por ella.
Jueces 20:1-23 – Apocalipsis 21:1-14 – Salmo 148:9-14 – Proverbios 31:8-9