La historia de Esteban en la Biblia es breve, pero brillante. Desde la primera vez que se menciona, es presentado como un “varón lleno de fe y del Espíritu Santo”. Tenía “buen testimonio” entre los creyentes. Cuando la asamblea de Jerusalén necesitó algunos hombres de buen testimonio para realizar un importante servicio, escogió a Esteban, quien estaba “lleno de gracia y de poder”. Y Dios obró poderosamente por medio de él.
Su abnegación provocó una fuerte oposición y fue acusado de blasfemia ante el tribunal judío. Allí los jueces, al mirarlo, “vieron su rostro como el rostro de un ángel”. Le dieron la palabra, pero él realmente no intentó defenderse. Simplemente expuso los motivos por los que le acusaban, citando el Antiguo Testamento para mostrar que este anunciaba a Jesucristo.
Luego los interpeló más directamente: acusó a sus jueces de haber dado muerte al “Justo”, y les dijo que eran ellos los que no cumplían la Ley. Al oír esto, se enfurecieron y crujían los dientes contra él. Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, vio la gloria de Dios y a Jesús en el cielo. Ellos arremetieron contra él, lo expulsaron de Jerusalén y lo apedrearon. ¡Esteban se parecía cada vez más a su Maestro! Él oró: “Señor Jesús, recibe mi espíritu”. Luego se arrodilló y pidió de nuevo: “Señor, no les tomes en cuenta este pecado”. Su vida se fue apaciblemente: se “durmió”.
¡Imitemos el ejemplo de Esteban!
Ezequiel 33:21-34:10 – 1 Tesalonicenses 5 – Salmo 41:7-13 – Proverbios 13:9-10