“¡He aquí el hombre!”, declaró Pilato mientras sacaba a Jesús del palacio del gobernador. Para burlarse de él le pusieron un manto real y una corona de espinas. Así fue presentado Jesús ante la multitud. ¿Cómo reaccionó esta ante las palabras de Pilato? Pudo pedir la liberación de Jesús… pero pidió su muerte a grandes gritos.
A lo largo de la historia, a menudo se ha hecho de Jesús el símbolo de todas las condenas de inocentes. En efecto, ¡cuántas personas han sufrido y sufren todavía un juicio arbitrario! El Dios justo es muy sensible a las injusticias y no las dejará impunes.
Sin embargo, la muerte de Jesús es infinitamente más que una injusticia atroz. Aunque conoció el sufrimiento intenso de la crucifixión, aunque fue sacrificado siendo el único justo, Jesús dio su vida voluntariamente, sin que nadie lo obligara: “Yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre” (Juan 10:17-18). Era Dios hecho hombre, que se entregó por amor.
El profeta Zacarías escribió con respecto al pueblo de Israel: “Mirarán a mí, a quien traspasaron” (Zacarías 12:10), y el apóstol Juan cita estas palabras en su evangelio (Juan 19:37). Es una advertencia para todos los que rechazan a Cristo. Pero, ¡qué gozo para los que lo miran con fe! Contemplan con adoración al hombre justo y perfecto que murió para salvar a los pecadores, a usted y a mí.
Isaías 24-25 – 1 Pedro 1:13-25 – Salmo 44:9-16 – Proverbios 13:18-19