A menudo contamos a los niños la parábola de la oveja perdida (Lucas 15:3-7). El pastor deja a las demás ovejas y va en busca de la perdida. Cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros muy gozoso y la lleva al redil. Luego llama a sus amigos y se goza con ellos por haberla encontrado. Ese pastor es Jesús, el Salvador: dio su vida para salvar a los hombres, y ahora busca a los que están perdidos.
A menudo los cristianos han representado al Señor Jesús como el buen Pastor. Así lo vemos en algunas pinturas de las catacumbas romanas.
Justo después en ese capítulo 15 de Lucas Jesús emplea otra ilustración: la moneda de plata perdida (v. 8-10). En este caso no es un animal que se siente perdido y pide ayuda mediante sus balidos, sino un objeto de metal insensible, que ignora su propia situación, totalmente incapaz de señalar su presencia al que lo está buscando.
El que vive sin Dios es como esta moneda perdida, es decir, no es consciente de su estado. La Biblia dice que para Dios está muerto (Efesios 2:1). Por ejemplo, encontramos personas que afirman no tener ninguna necesidad espiritual, como algunos enfermos que creen tener buena salud. ¿Quizás usted se pregunte si este es su caso? Pues bien, incluso en este estado, aunque no tenga ningún deseo de ir a Dios, esta parábola muestra que el Señor lo está buscando sin que usted lo sepa. Lo está llamando, quizá mediante esta hoja, para que vaya a él ahora mismo.
“El Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10).
Isaías 10 – Gálatas 6 – Salmo 39:7-13 – Proverbios 13:1