La inteligencia es una facultad extraordinaria que Dios dio al hombre. Gracias a ella ha podido avanzar en el conocimiento del universo y en las creaciones técnicas más complejas. Por medio de la inteligencia, al contemplar la naturaleza, podemos conocer la existencia de Dios y discernir “las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad” (Romanos 1:20).
Sea como sea, el hombre no deja de ser una criatura, un ser limitado. Es incapaz de discernir la verdadera naturaleza del Dios infinito: amor, luz y santidad. Y es más incapaz todavía cuando decide vivir sin Dios, independientemente de lo que Él es y de Su voluntad.
Entonces Dios se reveló a los hombres hablándoles en su lenguaje humano. Lo hizo progresivamente: hombres de fe recibieron y transmitieron el conocimiento del único y verdadero Dios. Luego se reveló completamente enviando a su Hijo, Jesucristo, a la tierra. Ahora, por medio de su Espíritu y de la Biblia, se revela a nuestro corazón y a nuestra conciencia.
La Palabra de Dios no se impone a nosotros mediante una demostración argumentada, intelectual. Ella nos presenta a una persona: Jesucristo, Dios mismo hecho hombre, santo y sin pecado, quien nos amó y se entregó por nuestros pecados. Es un Salvador vivo, el único que puede ponernos en relación con Dios, a quien nos reveló como Padre. Esta revelación es hecha a los “niños”, y no a los sabios y entendidos (Mateo 11:25).
Isaías 30-31 – 1 Pedro 5 – Salmo 46:1-3 – Proverbios 14:3-4