Israel había sido derrotado y había sufrido grandes pérdidas. La protección y la ayuda de Dios era la única esperanza que tenían frente a los ejércitos filisteos. Ellos lo sabían, y pensaron que estarían a salvo si el arca del pacto estuviera en el campo de batalla. Sin embargo, habían olvidado que el arca era solo un símbolo material que representaba una relación espiritual; y que esta era inútil a menos que no poseyeran una relación viva con Dios. Los querubines que cubrían el arca, emblemas de la protección divina, no tendrían ningún efecto si Israel no tenía comunión con el Dios de los querubines.
Esta historia también tiene aplicaciones espirituales para los creyentes de esta presente dispensación. Cuando nos alejamos de Dios, tendemos a mandar a buscar el arca, es decir, ponemos nuestra confianza en costumbres y ritos exteriores, como el bautismo y la Cena del Señor; como repetir cierto tipo o formas de oración y lectura de las Escrituras, cosas que ya no expresan un amor ferviente del alma. Sucede lo mismo en el caso de muchas personas que tienen el hábito de ir a la iglesia, lo cual no hacen por estar cerca del Señor, sino porque piensan que esto, de alguna manera, les garantizara la protección de Dios en las batallas de la vida. Todas estas cosas son formas mediante las cuales, simbólicamente hablando, mandamos a buscar el arca del pacto, mientras que nuestros corazones no se sienten cómodos en la presencia del Dios del pacto.
Nunca debemos olvidar que solo una comunión vital con Cristo puede otorgarnos protección y ayuda. Debemos escondernos en su lugar secreto si queremos permanecer en su refugio. Debemos habitar en el lugar santísimo si queremos estar a la sombra de sus alas. Si queremos caminar juntos y disfrutar de la comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo, entonces no debemos permitir que haya cosas que se interpongan entre nosotros y él.